
En la teología reformada, la conexión con Dios no es un lujo opcional ni un simple accesorio espiritual: es la esencia misma de la vida humana. Fuimos creados a imagen de Dios (Génesis 1:26-27), con el propósito de glorificarlo y disfrutar de Él para siempre. La desconexión con Dios es la raíz del pecado; la comunión restaurada con Él, en Cristo, es el corazón del evangelio.
La Biblia nos enseña que sin Dios estamos muertos en nuestros delitos y pecados (Efesios 2:1). No se trata solo de una muerte moral o emocional, sino espiritual. El pecado rompió nuestra relación con el Creador, y solo a través de Jesucristo podemos ser reconciliados con Él (2 Corintios 5:18-19).
La conexión con Dios no ocurre por obras humanas, sino por la gracia soberana de Dios, que regenera nuestros corazones (Juan 3:3-8) y nos atrae hacia Él mediante el Espíritu Santo. Esta es la doctrina del nuevo nacimiento: sin una nueva naturaleza dada por Dios, no podemos buscarlo ni entenderlo (Romanos 3:10-12).
Estar conectados con Dios significa:
- Tener fe en Cristo como nuestro único mediador (1 Timoteo 2:5), reconociendo que solo por su justicia podemos acercarnos a Dios (Filipenses 3:9).
- Vivir en obediencia como fruto de esa fe, no para ganar salvación, sino como evidencia de que ya hemos sido salvos (Efesios 2:8-10; Juan 15:5).
- Buscar comunión constante con Él a través de la oración, la Palabra y la adoración comunitaria (Salmo 1:1-3; Hebreos 10:24-25).
Jesús mismo dijo: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5). Sin esta conexión vital, nuestras vidas están espiritualmente estériles.
En conclusión, según la Biblia y la teología reformada, tener una conexión con Dios es vivir. Es reconocer que fuimos creados por Él y para Él (Colosenses 1:16), y que solo en Él encontramos perdón, propósito y plenitud eterna.
“Cercano está Jehová a todos los que le invocan, a todos los que le invocan de veras.” – Salmo 145:18